Reflexiones de artista


Me hice una serie de preguntas que intenté responder de manera clara y honesta.


1.        ¿Qué es el arte?

El arte es ese nudo simple que se practicado desde siempre y que se seguirá practicando en el futuro. La madeja que ha envuelto a ese nudo simple hace que tengamos una percepción compleja de la cuestión, pero el centro de esa madeja mantiene intacta su sencillez. No hace falta intentar desarmar la madeja ni querer desatar el nudo. Ese lazo esencial, en su absoluta simplicidad, sirve para atar infinita cantidad de cuestiones. A cada quién qué decide enlazar. 


2.        ¿Por qué elijo hacer arte y no otra cosa?

El arte es un lenguaje primario al que la mayoría de los seres humanos desatiende, algunos por elección y otros porque han de atender otras necesidades. En cualquiera de los dos casos, las personas se privan de una gran oportunidad de ser creativos y por lo tanto de ejercer una de las facultades constitutivas del ser humano. No sólo cualquier persona puede ser artista sino que todas las personas deberían serlo. Una vez que uno dimensiona esa necesidad vital ya no puede desatenderla. De ese modo, ser artista es darle curso a una manera consciente y activa de estar en el mundo. Elijo ser artista porque ya no podría no hacerlo. 


3.       ¿Cómo concibo el tiempo?

El tiempo es un material más en nuestras vidas, no es infinito pero sí abundante. Si uno es generoso puede dedicarle mucho tiempo a una obra. Lo que se traduce en volcar una parte de nuestras vidas al ejercicio del arte. Estoy segura que si luego alguien se acerca a una obra podrá palpar y vivenciar la masa de tiempo que contiene esa pieza. Esto es crucial y hace a la riqueza de la obra. Lo cual no quiere decir que cuanto más tiempo se le dedique a una pieza ésta será mejor sino que la intensidad que requiere permanecer en la concepción y ejecución de una pieza habla de la importancia vital que ha tenido esa obra en el devenir de nuestra existencia. De ese modo, la elaboración de una obra abarca un arco de tiempo que tiene en sus raíces múltiples experiencias vividas, a lo cual se suma los momentos de concepción creativa propiamente dicha, la construcción de la obra y  la percepción y reflexión de todos aquellos que la observen posteriormente actualizando su existencia. 


4.        ¿Cómo trato la materia?

Concibo a la materia como algo noble, frágil y digno de ser preservado. Soy consciente de que todos los materiales que uso se crearon a partir de un gran esfuerzo de la naturaleza y de otros seres humanos que también participan de mi trabajo. Es por eso que es una falta de consideración total hacia mi entorno generar desperdicios. Conservo restos de colores preparados, fragmentos de papel, hilos y otros pequeños sobrantes para un uso posterior. La pretenciosa abundancia de nuestros días es nociva para nuestro planeta y para el ego de aquellos que sucumben a su espejismo. Prefiero producir obras con sobriedad y recursos básicos. Desconfío de las obras faraónicas que terminan alimentando el circuito de riqueza del que provienen, justificando la acumulación desmedida de otros actores ajenos a lo esencial en el arte. Lo grande y rico impacta y opaca ese nudo esencial al que me referí en el primer punto. Por último, es importante para mí ser capaz de producir mis propias obras. De esta manera, doy lugar a un diálogo que se imbrica con las reflexiones que acontecen mientras trabajo. 


5.        ¿Cuál es mi tema perenne?

Una tarde de verano en Concordia, cuando tenía 14 años, después de leer una largo rato y estando tirada en mi cama divagando tuve una revelación: me di cuenta que jamás iba a poder escapar de mi conciencia, que siempre iba a percibir al mundo desde mi interior y nunca iba a poder vivenciar las experiencias desde otro ser que no sea el mío. Supongo que en ese momento esa reflexión habrá sido más básica, pero la intuición de que nunca iba a poder escaparme de mi misma fue vívida y real. A partir de ahí sé que yo soy mi límite. 

Siempre creí que un artista sólo tiene una idea a lo largo de su vida. Hace poco leí que a eso se le llamaba tema perenne; esto es, un tema al que el artista vuelve de una u otra manera, algo que se mantiene constante y subyacente a lo largo de su obra. 

En este momento creo que mi tema perenne, aquello a lo que vuelvo una y otra vez, es ese límite que intuí en mi adolescencia. Ese límite se expresa de distintas maneras: es lo que distingue la realidad de su representación; es el contorno que contiene el agua en una aguada; es lo que marca la diferencia entre una obra y otra (aunque se presenten como iguales o muy parecidas); es lo que permite construir un gradiente de color; es lo que hace que un entorno tenga ciertas características dadas por los objetos que lo constituyen; es lo que señala el río cuando se desborda; es aquello que se desplaza cuando un cuerpo está en movimiento. Supongo que así seguiré, delimitando. Incluso encuentro una fuerte presencia de los límites en mi manera de pintar, son formas casi cartográficas que en sus contornos se definen. Los bordes siempre han sido, y son, muy importantes para mí.


6.        ¿Qué relación tiene mi obra con el contexto?

El contexto no es sólo aquello que constituye mi entorno tangible sino también todas las experiencias a lo largo de mi vida (a lo que se suman las historias de mis antepasados que influyen y permean mi manera de ver el mundo). Del mismo modo, mi contexto son también los libros que he leído desde mi infancia. Los libros me han infundido una actitud de respeto y veneración por la cultura. Nunca podría blasfemarla. La tradición es para mí muy importante. No soy una artista que pueda patear el tablero, tampoco quiero hacerlo. Aunque me parece bien que otros lo hagan, o intenten hacerlo. Yo soy la que ordeno el tablero, lo conservo prolijo, ordenado y lindo. Mientras sólo viví en Argentina (eso fue hasta los 28 años), mi lucidez para percibir mi entorno próximo era escasa. A partir de que comencé a hacer estadías en otros países dimensioné, primero, la riqueza visual de mi entorno y, más tarde, el peso de la identidad cultural en la que había crecido y a la que aún volvía. Antes de eso, mis ideas para hacer obras estaban menos vinculadas a mi entorno pero sí hacían explícita relación con los libros. Podría decir que me formé como artista a través de libros hasta que aprendí a ver mi entorno específico y eso me abrió la puerta de la búsqueda de una identidad más densa y rica. Gracias a este vuelco, creo que mis obras se volvieron más “legibles”, al referirse a cosas que los otros cercanos a mí podían fácilmente visualizar y reconocer. Cuando digo otros, me refiero a cualquier otro y no a otro formado en el campo del arte. Ahora creo que es imprescindible que mi obra tenga una puerta de acceso amplia que permita entrar a cualquiera a una narración común que puede volverse más sofisticada en dirección a un fondo incierto y prescindible. La cara de la obra, por consideración a su entorno próximo, debe ser franca y transparente, de modo tal que puede disolverse en el contexto donde se creó.


7.        ¿Qué me sucede cuando materializo una obra?

Cuando comienzo una pintura experimento un profundo amor al esparcir una pequeña cantidad de tempera sobre el papel. Es un momento único, de comunión absoluta con la pintura. Después suelo entrar en un estado más meditativo. Me emocionan los detalles, los contornos precisos, la opacidad de la tempera. Pinto con la esperanza de quien lo vea pueda aproximarse tanto a la minuciosidad de la materia como yo lo hago. 

También me descubro en ese estado meditativo al observar con detenimiento ciertas notas de la realidad física: mi entorno me genera empatía y encuentro belleza en la cotidianeidad de las formas. Es eso lo que pretendo capturar cuando tomo fotografías. 

Cuando dibujo mi concentración en el presente es máxima, la línea me demanda celeridad y precisión. No me pierdo en otras reflexiones. La mano piensa al moverse. Creo que el dibujo es la actividad más vital porque es la más cercana al movimiento. No puedo dibujar en automático. 

Al tejer mis pensamientos se abocan a unas circunstancias simples de sumas, superficies y tensiones. Tejer no es una actividad mecánica como uno podría suponer sino que es una tarea compleja que exige mantener las relaciones de los elementos en equilibrio. Al terminar un tejido y desenvolver la urdimbre acontece un momento de revelación: la suma final de los ligamentos constituye una entidad mayor que es el tejido. 

Por último, escribir me obliga a pensar claro y sin ambigüedades. Antes de comenzar a escribir literatura escribía mucho sobre el contenido de las obras que iba a hacer o sobre mi práctica como artista (mis dudas, problemas e incertidumbres). Ahora intento transmitir a través de la escritura experiencias y percepciones. Aprender a narrarlas constituye un trabajo de largo aliento.


8. ¿Por qué preguntar?

Muchas veces he empezado obras con una pregunta: ¿Se pueden pintar dos obras iguales?¿Es posible reproducir la espontaneidad de una mancha?¿Para qué pintar?¿Qué es el movimiento? El método de la pregunta puede ser central en mi quehacer artístico, apunta a un tema e intenta problematizarlo, al menos sutilmente. No creo que en el arte una pueda encontrar respuestas completas y satisfactorias. Simplemente sirven para entrenarme en el ejercicio de dudar. Es posible que algo quede en el ensayo de la respuesta, un sedimento mínimo que me permita formular la siguiente pregunta. ¿Cómo seguir?¿Qué preguntarse a continuación?

9. ¿A qué no podría renunciar?

Esta pregunta sí que es difícil de responder. Una cree que hay cosas a las que no podría renunciar y, sin embargo, cuando esas cosas no están, encuentra la manera de seguir el curso. De modo que le bajaría el tono a la respuesta diciendo qué cosas lamentaría perder. En primer lugar, lamentaría no disponer del tiempo lento de ejecución de una obra. Aunque supe pintar de manera “expresiva” los primeros años del proyectual de pintura en el IUNA, una vez que pude experimentar la lentitud ya no quiero abandonarla. Otra cosa que me arrancaría un suspiro sería no poder pintar sobre papel. En el mismo orden de cosas ubicaría la tempera: aprendí a pintar con acrílico pero la nobleza de la tempera lo desterró de un pincelazo. Además, adoro la opacidad de la tempera y su peso seco que se adhiere a la superficie. Por último, creo que no podría renunciar a ser reflexiva, no podría hacer obras porque sí, producto del capricho, las obras para mí tienen que tener sentido y ser significativas. El arte es algo caro para mí: no podría renunciar al hacer ni a crear.

10. ¿Por qué moverse? 

El que me enseñó a moverme fue Pablo Siquier, en el proyectual de pintura del IUNA nos instaba a corrernos del lugar donde estábamos para seguir trabajando en otra dirección. Esa impronta en mi formación fue fundamental pero, al mismo tiempo, es muy exigente. Me reconozco inquisitiva, siempre buscando nuevas cosas sobre las que pensar y hacer. A veces me planteo qué pasaría si me quedara en un territorio de trabajo por mucho tiempo. Mis obras suelen tener un ciclo de dos o tres años. Siempre se mantienen las conexiones y esa concavidad que es el tema perenne pero hay algo que deja de ser. También me sucede que trabajo en varios cuerpos de obras al mismo tiempo. Es el caso de Entrerrianía y Niño del Río. 

11. ¿Cómo me imagino el arte del futuro?

Me imagino un arte generoso con el público, que sea inclusivo y que permita participar a los espectadores de la obra (no de manera superficial como lo hacen algunas obras “interactivas”, sino conceptualmente). Creo que el gran desafío del arte en el futuro es volver a encontrar relatos comunes que acojan al público de manera más amplia sin por eso dejar de ser sofisticado. Lo que propongo es incentivar al espectador para que quiere formar parte del universo narrativo que abre la obra. 

El arte del futuro debería ser apoyado por la comunidad en la que trabaja el artista. Un artista debería contar con un ingreso mensual que le permita dedicarse a investigar y crear de la misma manera que lo hace un científico. 

El arte del futuro debería tener visibilidad en la vida cotidiana, formar parte de su día a día, estar presente en fábricas, huertas, oficinas, comercios, talleres, etc. De ese modo, los museos, galerías y demás instituciones tradicionales de arte serían un opción más para ver arte pero no la única. 

Por último, el arte debería ser accesible para la mayoría de la población y no para la porción más rica. 

12. ¿Qué cosas hago mal? 

Algo que hago tremendamente mal es cortar papel. Es una tarea que padezco desde que apoyo la regla en el papel y hago mal las marcas con el lápiz (hecho que descubro cuando quiero trazar la línea con la regla siguiendo las marcas). También soy pésima haciendo cálculos de de medidas y cantidades de hilos. De modo que siempre me impongo chequear varias veces los cálculos que hice y, no obstante, a veces salen mal. 

Soy muy mala dibujando letras en las pinturas, mi cursiva me gusta pero cuando quiero incluir un texto en una obra las letras me quedan sosas. 

Soy muy reflexiva, debería dejar que las cosas corran por sí mismas.

Me equivoco en el color, intento hacer cosas con métodos no convencionales.

Proyecto demasiado, elucubro planes demasiado amplios y llenos de detalles que después intento concretar con mi trabajo de hormiga. Muy pocas veces logro terminarlos porque esta hormiga también se cansa. 

Empiezo muchos libros al mismo tiempo. Los leo en simultáneo, salto de uno al otro o le destino distintos momentos del día para leerlos. Muchas veces no logro terminarlos aun cuando me resta poco por leer. A veces me impongo terminarlos. “Lo que se empieza se termina” decía mi tía Teresita.

13. ¿Por qué si hubiera sido una buena sprinter siempre me gustó nadar fondo? 

Tenía buena patada, pateaba mucho y tenía buena técnica. La maternidad me quitó potencia (por falta de entrenamiento) y esta cuarentena se habrá llevado la poca fuerza que mis piernas conservaban. No obstante, sé que puedo patear fuerte y bien. Lo hacía bien cuando nadaba sprints de 25 o 50 metros. Pero también pateaba mucho al nadar fondos. Cuando competía en pileta siempre me anotaba en los 400 metros libres y hacía de onda los 50 metros libres y las postas. El entrenador meneaba la cabeza y me decía “¿Quién te dijo que vos eras nadadora de fondo?”.

Hace unos días mostré una serie de dibujos rápidos que estoy haciendo a partir de los movimientos de una mimo y unas pinturas hechas en tempera que, como siempre, me llevaron mucho tiempo. Nadie meneó la cabeza esta vez pero yo pude darme cuenta que lo que me querían decir era “¿Quién te dijo que pintaras con la lentitud de la tempera?”. Los sprints de dibujo me van bien, pero igual insisto con la tempera. ¿Por qué? Quizás porque de lo contrario sería muy fácil, porque lo bueno se desvanecería en la fugacidad de la línea y me quedaría una sensación de incompletitud. También es posible que al construir una pintura con tempera puedo pensar una multitud de cosas que los sprints de dibujo no me permiten. Ahí se piensa de otra manera si es que acaso se piensa. Lo que hago al dibujar es una acción meramente corporal y poco intelectual. Sería ideal poder hacer las dos cosas al mismo tiempo.



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