LAS COSAS BELLAS Y TRANQUILAS

Ariel Idez, 2015.

Usted está aquí. Naturalmente, si está leyendo esto, usted está aquí. Yo no. Yo no estoy aquí. Ya no. Estuve aquí, en efecto, en el momento en que Inés Marcó tomó la fotografía de este espacio que usó de referencia para pintar sobre una de sus paredes, replicando así el procedimiento que utilizó para componer cada una de las obras montadas en este lugar, incluyendo la recreación del propio lugar, que sobreimprime el espacio continente como contenido, que abre en el abismo de la representación la ventana en la que una dimensión se asoma a otra, que la habita como modelo infiel, sublevada a la lógica que la rige. Usted está aquí, en este lugar, que se contiene a sí mismo, que existe en el espacio que conforma y delimita y que vuelve a existir, evocado en la mirada y en la mano única, irrepetible, de Inés Marcó. Yo ya no existo. Soy apenas una huella que indican y delimitan dos letras juntas “Y” “o”. Soy un fantasma que deambula invisible en la pintura de Inés, que me borró paciente línea a línea. Me pregunto si formo o no parte de esta obra y para eso debo preguntarme dónde empiezan estas obras de Inés. ¿Empiezan en el vagabundeo flâneur de Inés por tres ciudades circunscriptas a la arbitrariedad de una biografía: Buenos Aires, San Pablo, Concordia? ¿Empiezan en los pies de Inés, en el modo en que su cuerpo se desplaza entre las abigarradas calles de dos metrópolis y un pueblo? ¿Empiezan en la mirada de Inés, que se detiene en lo que nosotros, como urbanitas, hemos aprendido a pasar por alto, a invisibilizar a nuestro paso como ciego telón de fondo de un desplazamiento estratégico que sólo se preocupa por trasladarse de la forma más eficiente de un punto al otro? ¿Empiezan acaso en las fotografías que tomó Inés? Tuve el mal tino de ver esas fotos, que quisiera olvidar. Son imágenes preocupadas por ser lo menos fotográficas posibles; fragmentos desnudos, extractos puros de cotidianeidad urbana. En ellos Inés ha visto su obra, al descomponer esas imágenes en sus elementos fundamentales: líneas, formas, geometrías, colores, gradientes, para después volver a organizarlos bajo otras reglas: bajo las reglas que su mirada impone y su mano compone. La composición de Inés es una reposición: un volver a poner las cosas en el mundo del que nosotros las borramos en nombre de la sensatez de una mirada (educada, eficiente, práctica, pragmática, prolija). Hay en este gesto algo del haiku, del que Roland Barthes decía que remedaba el señalamiento infantil del descubrimiento de un mundo en la exclamación: ¡eso! Algo similar sucede con el color en estas obras: aparece despojado de los filtros sucios de la realidad: puro y fresco, es el color con el que la realidad sueña sus objetos. Es también fruto de una paciencia geométrica y meticulosa: acumulación línea tras línea de un pincel infinitesimal de una sola cerda para crear el efecto del degradé: un color que ocupa un tiempo en el espacio. 

Este espacio es el único caso en el que usted puede ver el proceso completo desde el modelo a la obra, a través de los ojos de Inés; “ineluctable modalidad de lo visible”. La galería en la pared es un atajo a los ojos de la artista en el que usted mira pero no se mira y, con sabiduría, tampoco será mirado. Si llegó hasta este punto, sin duda, usted está aquí. Pues bien, ahora: abra los ojos.

LA CEREMONIA. LA PINTURA

Lara Marmor, 2012.

Cada pintura de Inés es como un ensayo o una hoja de apuntes. De aparente simpleza, sus cuadros son complejas estructuras de sentido de las que se disfruta cuando uno encuentra las asociaciones con otras piezas de la historia del arte. Así, ensanchando las filas de artistas que utilizan como método de trabajo la apropiación o la cita, Inés toma con humor y obstinación una imagen o una idea y crea otras. Despreocupada por encontrar originalidad en la táctica para pensar y hacer arte, habla de la pintura desde los más densos nudos de la propia materia. Todas las piezas de La Ceremonia. La Pintura son una fuente de estímulos, un medio de autorreflexión sobre la práctica artística. Y esta es una de las razones por la cual, las obras hoy aquí expuestas demandan todo tipo de destrezas en el heroico acto de recepción.

Cada obra digiere con ironía distintos problemas de la historia, la teoría y el sistema del arte, algunos de ellos elaborados en su momento por artistas como Magritte o Duchamp. Cada uno es la materialización de una idea donde al transcribir extractos de textos, citar a otros artistas e inclusive copiándose a ella misma, la artista activa interrogantes que giran alrededor de problemas tales como el lugar del artista como creador, el tema de la originalidad o la autoría. Asuntos que desde la modernidad hasta nuestros días siguen constituyéndose como fuente inagotable de debate. Inés además presenta la publicación La ceremonia, un guión que describe con aires caricaturescos la iniciación de un novato en el vertiginoso mundo del arte.

Imagino a Inés en su taller de Balvanera frente a la hoja en blanco. Rodeada de libretas con notas y dibujos, la imagino una y otra vez tomando aire y coraje como el nadador antes de su entrenamiento de kilométricos largos. Por favor, imagínense a la superficie blanca transformándose en un ring donde convivirán en sorprendente armonía dos mecanismos muchas veces difíciles de conciliar: una operación conceptual –que vendría a ser el luchador de sumo- y como boxeador de peso liviano, la pintura resultado de la más paciente labor artesanal. Porque a la condición reflexiva de los trabajos, se le suma una exquisita superficie hecha de pinceladas que tienen la precisión de las palabras en un diccionario. Las ideas en La Ceremonia. La Pintura han sido elaboradas mediante los pinceles adecuados y cargados con la materia justa para dar vida como en un ritual a cada una de las pinturas.

SISIFO (24/n)

Gabriel Baggio, 2011.

¿En que piensa Sísifo cuando ya ha perdido la cuenta de las veces en que ha bajado la montaña? Parece que pintar no es un acto automático. Sólo habría entonces que encontrar pretextos para pintar, aunque los pretextos terminarían haciendo de la obra un motivo de aburrimiento y tedio. ¿Será cuestión de desestimar los pretextos y abrir la jaula? ¿o justamente abrir la jaula es lo que permitirá aceptar el aburrimiento y el tedio?

Acostumbramos pasar las horas frente a la gracia del entretenimiento, la sorpresa y la estimulación. Una artista insiste en recordarnos que la vida es aburrida y que justamente por eso vale la pena vivirla. En el acto rutinario y tedioso de repetir una imagen al infinito se encuentra la diferencia. Esa especificidad que diferencia una hoja de papel pintado de su predecesora. Esa especificidad que anuncia lo humano de la artista, la diferencia de cualquier otro y a su vez la reconoce en un encadenamiento inevitable.

Encontrar esa mínima pista de autenticidad puede ser excusa para generar una pintura, pero puede ser también motivo para abarcar el mundo. No es fácil transitar los caminos. En el tedio de la repetición del paso al caminar estamos y nos hacemos.
Será cuestión entonces, como cada uno pueda, de alivianar el peso de la piedra.

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