Relojes

Hoy el cielo se presenta rosáceo. No tengo palabras en francés para decirlo. Cruzo a la patinadora de pelo negro azabache, lleva su campera dorada y calzas negras en estricta combinación con el asfalto y su pelo vuela con el impulso. Me pasa un corredor de esos que llevan cinturón con botellitas mínimas de agua. Me autopercibo mala corredora. “Levantá las rodillas”, diría mi hermano Nacho. El corredor baja el ritmo más adelante, toma una de sus botellitas. Lo paso. Para cuando empiezo a dar la vuelta al lago me pasa nuevamente, esta vez mira su reloj. Seguro es uno de esos relojes que te dicen hasta el minuto y segundo en el que te vas a morir. Nunca tuve uno de esos relojes, siempre confié en el reloj de la persona que dirige el entrenamiento (ya esté adentro o afuera del agua) o en los cronómetros de agujas de colores que idealmente se encuentran al costado de las piletas. En las piletas de primer mundo siempre hay uno; en la de Chacarita instalaron uno cuando desembarcó Pablo Fajián con sus tropas de nadadores; y en Harrods hay un reloj de cocina  que es imposible de ver desde cualquier ángulo de la pileta. Por mi parte, tuve relojes con cronómetros muy básicos, una vez me prestaron uno que contaba hasta las brazadas que hacía por largo. 

Me acordé de Scott, un canadiense con el que compartí andarivel unos cuantos meses, hablaba mal francés y se refería peyorativamente a los otros nadadores como “les grands hommes”. Le costaba mucho la r francesa. Scott nadaba fuerte pero siempre con pullboy, yo lo dejaba pasar sistemáticamente, ese acuerdo tácito era la base de nuestra buena convivencia. Decía que en Canadá sí había buenos nadadores, él, por ejemplo, no osaba entrar al andarivel rápido. 

Para cuando termino de dar la segunda vuelta el cielo ya se muestra como realmente estaba destinado a estar: nublado. Me acerco a la zona de ejercicios que la empresa Parquizar se empeña en cercar con cintas y redes todos los días. Ya me saludo con el forzudo que hace tríceps en las barras. El levanta un brazo y yo le respondo levantando el mío. Paso la cinta por la barra del escalador y empiezo a tirar. Hago de cuenta que estoy braceando. 


Pas

Pas de nuages à l’horizon. Lo digo en francés no por pretensiosa sino porque así tal cual se me cruzó hoy al ver el cielo. Ni siquiera sé si está bien dicho. Esta vez vi a Hernán el triatleta a lo lejos. Me di cuenta que era él por su forma triangular y porque tenía puesta la misma remera turquesa que usó el lunes. Esta vez enterré mi mirada en el suelo y evité saludarlo. No quiero intimidarlo.

Hoy hace frío, cayó agua nieve y las lomadas del campo de Golf se ven blanquecinas. Para cuando estoy terminando de dar la primer vuelta el sol se proyecta rojo primero sobre lo alto de un tronco, después en los postes de madera que bordean el camino y por último en mi espalda, que no veo, pero puedo imaginar al ver la sombra larga que se dibuja en el camino. Cuando estoy haciendo la segunda vuelta al lago se prenden los regadores. Me imagino la felicidad de Ulises si los viera (agitando manos y frotándose la panza). Hoy no hago ejercicios del tronco superior. Pas de ejercicios secos. Tengo poco tiempo: cuando vuelva a casa me tengo que bañar, darle la tata a Ulises, comer algo, conectarme a la reunión con la mimo para la que preparé minuciosas formas ayer a la tarde. Antes de volver elongo junto a un árbol, el vapor que sale de mi boca se eleva como copa (¡epa, qué rima!). Junto unas ramitas para llevarle a Uli de regalo, una tiene forma de caballo: agitar manos, frotarse la panza. 


Volver

Ya amanece más temprano pero además hoy salí antes a correr. Me encontré con unas nubes que se desgranaban del anaranjado rosáceo al celeste lila. Bordeando el Golf me crucé con un triatleta con el que compartí entrenamiento un par de meses el año pasado. ¡Hernán!, le grité mientras lo saludaba efusiva. Me saludó con vergüenza, sin tener noción de quién era. Es que sin gorra una es irreconocible. Los primeros meses del año pasado ir a nadar era para mí un logro, apenas me movía unos 1500 metros. Hacia mitad de año, por invitación de Sebastián, me acoplé al entrenamiento que hacían estos triatletas. Era ideal, nadaban unos 2000 metros y sin hacer mucha patada. Después de un par de meses ya me sentí capaz de seguir los entrenamientos de Rafa junto a Ariel Idez. Al principio no los terminaba pero hacia fin de año pude hacer los entrenamientos enteros. Listo, me dije, el año que viene entreno todo el año y para octubre ya puedo volver a hacer aguas abiertas. Ahora cuando corro, cada tanto hago algunas brazadas. No me aguanto. También trato de hacer ejercicios en seco para no perder tanto la fuerza en los brazos. De cualquier modo volver a nadar va a ser nuevamente un desafío. Como lo es volver a pintar. Era también el propósito de este año. Me resulta difícil pintar en casa, me falta concentración y tiempos prolongados. Parece que volver es siempre difícil. Ayer mientras leía la Revista Segunda Epoca pensaba que amo tanto a la pintura como a la natación. Creo que por eso no puedo destratar a ninguna de ellas, por eso me las tomo tan en serio. 

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